Sunday, May 31, 2009

CUANDO VAYAN MAL LAS COSAS



Cuando vayan mal las cosas,
como a veces suelen ir;
cuando ofrezca tu camino
sólo cuestas que subir;
Cuando tengas poco haber,
pero mucho que pagar,
y precises sonreír
aun teniendo que llorar;
cuando el dolor te agobie
y no puedas ya sufrir,
descansar acaso debes ...
!pero nunca desistir!

Tras las sombras de la duda,
ya plateadas, ya sombrías,
puede bien seguir el triunfo,
no el fracaso que temías;
y no es dable a tu ignorancia,
figurarte cuán cercano
puede estar el bien que anhelas
y que juzgas tan lejano.
Lucha, pues, por más que tengas
en la brega que sufrir ...

!Cuándo esté peor todo,
más dbemos de insistir!

--Rudyar Kipling



Friday, May 29, 2009

Al buen fútbol y al cariño…

Porque el buen fútbol es arte en movimiento…








Porque, me enseñaste que no siempre ganar lo es todo…








Porque, también me mostraste que el camino a seguir, sin duda alguna, era competir con nobleza y ganar con autoridad…


… ¡Ole las Grecas!


Por todo eso y mucho más: Gracias, "Nena abue"… y en hora buena porque el Barça, el descendiente de tus Cruyff, Neeskens y Rexach, ya tiene triplete. En hora buena a los coleguis culés que no les importa tener a un “merengón” tocándoles las narices, de vez en cuando, y en especial a una tuxiculé muy, muy, muy especial que ha logrado que vuelva a creer en el ser humano, una vez más: a mi si que me importas, tuxi-nena

¡Al buen fútbol y al cariño! aunque no ondeemos los mismos colores. Que conste que el blanco ¡también es un color! (grrrrrrrrrr) y que nos veremos las caras la próxima temporada… mucho más cerca, si Dios quiere.

Tuesday, May 26, 2009

SUEÑO: ATRAVESANDO NUESTRO DESÉRTICO PERIPLO


Por nuestro desértico periplo,
las especies del oriente se conflagran,
engulléndonos en un nido de lenguas desconocidas,
las cuales despiertan la mañana entre murmullos
que se convierten en gritos estruendosos,
entre flautistas embaucadores que juegan con serpientes,
entre monos danzarines y cabras enigmáticas;
todo resuena entre telares teñidos de rojo, amarillo y azul,
aunque el blanco y negro resulten avasalladores al ojo humano,
para dar paso al murmullo de la chusma,
la cual se torna deliciosamente activa,
entre cortinas a rayas y tenderetes rústicos,
entre fumadores de Shisha y sus concubinas,
entre ancianos mercaderes,
los cuales no dejan de mostrarnos linos, inciensos, macramés, oro y bronce,
cueros, lámparas de aceite, y cuadros:
utensilios destellantes a primera vista y sueños inalcanzablemente perfectos
en nuestro mercadillo de ilusiones.

Por nuestro desértico periplo,
los más exóticos olores y sabores de la tarde
hacen que nos despertemos a todos nuestros sentidos,
para percibir que tu piel contrasta con tu negro vestido
y observar tu pelo de onix, enredado en si mismo,
y clavado en mi retina inexorablemente para siempre;
y de por vida te adentras en un pedazo de mis secretos,
para inundarme con tu océano infinito
el cual me arrastra sin remedio a tu mar de adentro.

De repente un destello en tus ojos me muestra el camino a seguir,
al recorrer una vez más mi desértico periplo surtido de cardos y alimañas;
y noto que tus rizos son codiciados por tu silueta,
la cual se alza esbelta y altanera, retando al tiempo;
y tus hombros, perfectamente redondeados y acariciados
por el sutil e irreversible viento de calima,
resulta ser un monumento reinventado desde tus adentros.

¡Niña de ojos serenos y piel canela!
solo por tu calido resplandor,
las estrellas bajaría,
mientras los latigazos más abrasadores del sol me quemaran sin piedad,
y el firmamento arrebatadoramente añil nos mostrara el futuro más incierto.

¡Que más da!
La nada y el todo se funden en un solo universo
cuando te imaginas el presente y un futuro casi perfecto;
¡dejémonos llevar una vez más!,
para nunca más tornar en sirena sin destino,
ni en naufrago a la deriva,
el cual navega sin parar, atravesando todo este desértico periplo:
repleto de callejuelas angostas y rutas sin salidas;
¡dejemos que nuestros cuerpos derramen el sudor de la vida!
y olvidemos - por un momento - este desierto sin ideas,
el cual hace por absorbernos una y otra vez,
para abrir cada día más la herida.

Hoy has hecho que me descubra a mi mismo;
Ya que, mas allá de las inexpugnables dunas del desamor,
se rige tu calido transpirar tan seguro como claro,
tan dulce como magnético al ojo de este caminante;
una fuente de ansiedad que exorciza a todos mis demonios
cuando, de noche, descanso a tus pies,
cuando te leo,
cuando día a día nos dejamos arrastrar
y penetrar por nuestros propios pensamientos,
que yacen en el tiempo por siempre... y para siempre.

Y en la oscuridad más absolutamente abismal,
de nuestro desértico periplo,
desearía que nos pudiésemos dejar llevar,
el uno al otro,
adentro…
¡bien adentro!
para bebernos una a una las lágrimas que laten sin remedio,
y poder recrear, una y otra vez para gozo, este sueño,
y poder alcanzar una que otra estrella y quizás hasta la luna,
una y otra vez,
hasta rendirnos en un suspiro y ahogar ese deseo,
para luego volver a empezar de nuevo
sin fatigas ni remordimientos.

-- Todo mi agradecimiento a Noimport, por recuperar esto que terminaba con un “Para Nadie…” y que se habia perdido irremisiblemente para siempre.




-- Música: DJ Suzy Solar / “Ocean Of Love” (Paul Oakenfold, Creamfields - CD2/2).
-- Fotografía Surrealista: Ben Goossens, “Story of the very beginning (reload)”

Thursday, May 21, 2009

TRANSMUTACIÓN III: “El postre”


Por momentos, me preguntaba, a mi mismo, que hacia yo en medio de semejante surrealismo esperpéntico. A cuarenta y cuatro grados centígrados: los sapos no paraban de entonar la quinta sinfonía de Beethoven y los gallos, cargados con mortíferos espolones, revoloteaban entre ellos, sin parar, enzarzados en una despiadada, cruel, sanguinaria y agónica trifulca – todo un holocausto avícola escorado a un costado de la tasca. Al otro lado del recinto, el deseo, rebosante de féminas, se mascaba en el entorno.

Supervisándolo todo este entramado: un chulo-putas, apodado “El Toro” - o “Toro”, a secas. El mote le venia por el equipo de baloncesto de los “Chicago Bulls”, del cual era un seguidor acérrimo. “Toro” era un verdadero parásito errante, establecido en Tijuana - no hacia mucho; aunque, nacido y criado en esa gran urbe de gigantescos rascacielos que es Chicago. Desafiante, con hechuras de impostor redomado, recostado contra el mostrador de la tasca, el “pocho” parecía hacerme señales constantemente, con la mano derecha, como si me conociese de algo.

- Perdona, pero ¿nos conocemos? - le pregunto, rayando con lo borde.
- Tranquilo, güey… al parecer, el gusano de adentro de la botella del tequila, que te llevaste, te ha hecho efecto… a lo mejor han sido hasta “las caricias” de “la Manuela: la transexual más padre de todas las sado tijuanenses” (con risa burlona y descarada). Recuerda que estoy aquí para “proporcionarle” al cliente de todo lo que guste (apretando entre sus dientes carcomidos, con prepotencia altanera, el cabo de un puro maltrecho).
- No se quien eres, pero… (dubitativo, cambiando el semblante, y haciendo un inciso)
Sus ojos negros, como el betún, y grandilocuentes, a modo de eclipse lunar, me corroboraban que verdaderamente nos conocíamos. Él, mientras tanto, no dejaba de atusarse el protuberante mostacho que lucia, con sus enormes dedos - ensortijados en oro y plata.



Tampoco podía afirmar, a ciencia cierta, que su boca no me fuese del todo familiar, toda deformada y rematada en oro y brillantes. De semejante buzón de correos emanaba una lengua “lobotomizante” que amputaba, sin compasión, lo que quedaba de mis lóbulos frontales - con esa verborrea tan característica que manejan todos los charlatanes compulsivos y sin escrúpulos.

A contra luz, de nuevo, reaparecía la grotesca figura de mi “inseparable compañero” – su reflejo, en el cuerpo de una botella semitransparente de tequila, posada sobre el mostrador, me tomaba por sorpresa. Fue, en ese preciso instante, cuando se desmoronó por completo mi imperialista casita de naipes forjada bajo la hipótesis de que semejante pesadilla fuese el producto de una virulenta imaginación sin límites; y en unas décimas de segundo, por fin, pude descifrar el insufrible enigma que me martirizaba; para, seguidamente, caer dentro de una nebulosa semi-inconsciente que me transportaría a otra dimensión: a mi “otra dimensión”.

Desperté - confuso y ahogado de convulsa frustración - dentro de la bañera de la habitación del hotelito, empapado de un flujo sanguíneo, el cual no brotaba de mi cuerpo - como había supuesto en un principio - sino del cuerpo de la transexual sadomasoquista. Al bajar la mirada, observé horrorizado como mi mano derecha portaba un serrucho, y sobre mi izquierda se posaba la cabeza de Manuela – “la sado-transexual tijuanense”. El cuerpo de la puta, sodomizada sin piedad, yacía desmembrado en trozos, por todo el suelo del cuarto de baño: habiéndole sido practicada una ablación brutal del glande y anexos por mi todopoderoso, y antagonista alter ego.



Recobrando el aliento, ante semejante atrocidad, me di cuenta que había comprometido por completo todos y cada unos de mis instintos más básicos. La transmutación surgía con el empeño de escapar del presente; y, en esa búsqueda, era imprescindible delegar en “otro”: en un repugnante, vil y tenebroso engendro del subconsciente; en alguien que ni yo mismo alcanzaba a reconocer a simple vista. Ahora era el momento preciso para “consensuar un acuerdo propicio entre ambas partes”; pero, ¿cómo obtener el beneplácito de ambos, cuando uno me liberaba, mientras que el otro me martirizaba?

Era menester trasmutarse nuevamente y “finiquitar a mi última víctima”. Resultaba imperioso el deshacerme de los “pedazos”, transportando los restos en bolsas - con rumbo a uno de los vertederos, localizado en las afueras de Tijuana. Estaba totalmente convencido que podría contar con la ayuda de “Toro.” Él lo entendería, como siempre lo había entendido. Al fin y al cabo, ¿de donde sino habría podido conseguir el dinero para costearse esa “destellante” dentadura; la cual, no dudaba en lucir sin prejuicio alguno? Al mismo tiempo, sería un fin de semana festivo en Miami - por todo lo alto. Esta vez, el destino sería el pisito de la Manuela en South Beach. Aún guardaba, en mi maletín, una copia de las llaves del sitio. Ya nos encargaríamos, en su momento, de esa sórdida “mariposa tropical”, impregnada de cínico y rocambolesco corporativismo. Se iba a enterar, “la muy zorra”, de lo que valía un peine y un buen pene. Sin lugar a dudas, por mi mente pasó, lo de emprender “una cruzada con el propósito de liberar al mundo de las de su estirpe.” La felicidad absoluta estaría garantizada, de esta manera, dentro de mi impecable e impoluto micro universo – al menos por una buena temporada.

Una vez, concebido el plan, me dispuse a meter los restos de “la difunté” en unas bolsas negras de plástico que guardaba escrupulosamente dentro de mi maletín oscuro. Luego, limpié afanosamente todas las secreciones esparcidas por encima de la bañera y del suelo del cuarto de baño, para terminar enjuagando metódicamente todo mi cuerpo con una toalla mojada de color blanco. Una vez terminados estos preliminares, saqué de adentro de la valija, un sobrecito color barquillo, y extraje, igualmente, un pequeño papel azul pastel, para redactar, con bolígrafo rojo, como si me fuera dictado desde el más allá, un pensamiento que no podía dejar escapar así por así. Era de suma importancia recoger la idea central que siempre conseguía tomarme por sorpresa después de cada “trabajo” y que serviría de nexo para el siguiente:

“A veces, cuando no puedes cambiar o enfrentar tu realidad objetiva, necesitas engendrar algo, dentro de ti, para poder sobrellevarlo todo. Debe de ser un experimento transitorio - nada de índole 'transmutante'. De otra forma, la vida se convierte en una cárcel sin escapatoria; y todas las cárceles son engendros mentales aleatorios, diseñados por nosotros mismos.

Una vez construida la pecera, debes de salir de ella, cuanto antes... sino, corres el riesgo de terminar acostumbrándote a sus adentros; de esta forma, tus propios barrotes no acabarán por auto-fagocitarte, sin piedad.

Siempre te recordaré; adiós, mi mariposa exótica tijuanense.”

Seguidamente, mis ojos recorrieron, con escalofriante parsimonia apática, la foto polaroid – tomada con anterioridad - de la prostituta transexual. En la foto se veía como ésta hacia “la mariposa”, desnuda, encima de la cama, minutos antes de ser descuartizada. Finalmente, acabé archivándola, junto a otras muchas, dentro de uno de los compartimentos del siniestro maletín.



La música que escuchaba a través de la radio despertador, Akai ARP-1000B, de encima de la mesilla de noche, cesó y alguien, al otro lado de las ondas, decía algo así como:

“Somos seres racionales. El último eslabón de una cadena que se originó, desde tiempos inmemoriales; partiendo de una diminuta célula en medio del inmenso océano. Aun así y todo, seguimos teniendo los adentros de cualquier otro animal. Poseemos instintos netamente animalistas; como pueden ser copular, luchar, poseer o devorar. Si prestásemos atención veríamos como esas necesidades todavía habitan dentro de nosotros y no son más que meros instintos naturales de supervivencia.

Es una cualidad animalista ver a dos personas enfrentarse entre si por obtener la supremacía de algo tangible; y ese deseo, a veces, es necesidad, como se precisa el oxigeno para vivir, o el agua para saciarse los adentros.

Así son combatidas todas las guerras: los hombres se transmutan en animales sádicos, necesitados de sangre y poder, con que saciar la confusión que genera el miedo en sus cuerpos. Una vez que se regresa de este “intra-universo-paralelo”, encapsulado en un mismo cuerpo, la transmutación resulta ser un verdadero enigma psicosomático, imposible de evitar a la larga.”


Monday, May 18, 2009

FELICIDADES (a lo Guruput y Benedetti)


Porque los sentimientos están más allá del bien y del mal;
porque mi cariño va más allá del amor carnal…

A veces es como si quisiera apretarte, pero no puedo
- te quiero hasta la saciedad orgásmica
y más allá del pitillo.

Si verdaderamente la unión hace la fuerza,
entonces tan solo basta con que dos estén unidos,
para que el mundo se postre
y gire alrededor de tus pies.

¡FELICIDADES! y que surja en ti,
a partir de hoy,
“toda una hemorragia de satisfacción
y un derrame de alegría”
- que cuanto más grande son las dificultades,
mayor también suelen ser los éxitos.




“No te salves”; “Táctica y estrategia”; “Hagamos un trato” --Mario Benedetti (Uruguay, 1920-2009).

Wednesday, May 13, 2009

EL CASO DEL PADRE ALBERTO

Para hoy estaba planificada una “entrevista que ha paralizado a medio Miami” – a ese Miami latino y fervientemente católico - en una cadena local del Sur de la Florida. En el programa, que lleva por nombre “Aquí y Ahora”, el Padre Alberto Cutié - un cura sumamente mediático, de 40 años - rompía su silencio, después de haber sido fotografiado en Miami Beach con una señorita. Finalmente, el Padre Alberto admitía su "deslealtad", con respecto a uno de los votos más conflictivos, para un cura, dentro de la Iglesia Católica: el voto de castidad.



El cura confesaba todo lo que sentía. De su boca salían frases como: “siempre me he sentido como un hombre del siglo XXI atrapado en una institución del silo XVIII”; “yo traté pero no me funcionó”; “nunca voy a pedir perdón por haber amado a una mujer”; “no me arrepiento de haber amado a una mujer”; “¿porqué, Alberto, no lo dijiste antes?”; “lo primero es el sentido de obligación…”



Después de haber visto la entrevista, la cual duró una hora, me gustaría recalcar tres frases fundamentales, que consiguieron impactarme: “yo sabia que Dios me estaba mirando… me preocupa más lo que piensa Dios”; “cuando uno ama a alguien uno está dispuesto ha hacer cualquier cosa…”; y “uno no planifica el amor, el amor es espontáneo…”

Quizás este caso, una vez más, haya puesto a la Iglesia Católica entre la espada y la pared, o quizás no tanto... Como católico, siempre he pensado que la institución, en sí, está totalmente desfasada, para los tiempos que corren; aún así y todo, hay algo que me incomoda más que nada: ver como la compasión es ignorada o tiende a ser presa de los típicos radicalismos fundamentalistas - tan pueriles, como peligrosos, en manos de una “chusma” con derecho a la intimidación y el escarnio.

Es evidente que “la infidelidad” queda entredicha - a mí también me cuesta asimilarlo, como creyente. Obviamente, desde el punto de vista de la “confianza”, también entiendo que la batalla esté totalmente perdida. Aún así y todo, ¿quien se cree en su justo derecho de poder tirar la primera piedra? Tendríamos que preguntarnos a nosotros mismos si ¿vale la pena seguir hasta el final? ¿Quién ha dicho que tomar decisiones, en esta vida, sea como “coser y cantar”? ¿Acaso entre nosotros hay alguien que jamás haya errado?

Wednesday, May 6, 2009

TRANSMUTACIÓN III: “El aperitivo”


Eran las 21,00 horas de un viernes “tijuanense” pasado por agua: diluviaba a cántaros, sobre lo que parecía ser un verdadero sartén empedrado. De la ennegrecida calzada emanaba un hálito vibrante, gestado por la insufrible ardentía diurna. El tenaz tintineo, salpicaba la superficie transparente del ventanal que daba a la terraza, constriñendo mi atención hacia las innumerables gotitas de agua; las cuales, utilizaban la superficie acristalada como si de una parrilla de Fórmula 1 se tratase: compitiendo arbitrariamente, entre sí, por alcanzar su aciago destino; siempre propulsadas por el efecto, aparentemente inocuo, que la fuerza gravitatoria ejercía sobre sus cristalinos cuerpecillos - en caída libre.



Con la caída de la noche y el amainar del diluvio, asomaban los mosquitos y se empezaba a oír, de fondo, el preludio de lo que duraría toda una noche: la singular sinfonía del croar desmesurado de los sapos y los asincrónicos maullidos felinos de las fieras urbanas, fornicando desmesuradamente y sin recato – a pelo. A contraluz, en un abrir y cerrar de ojos, se manifestaba repentinamente una infame reverberación - a través del cristal de la ventana. Contra el fondo de la negritud nocturna callejera, se iba revelando paulatinamente, con paso sigiloso y cansino, la difusa silueta de algo que, a primera vista, podría antojarse “humanoide” – sin llegar a serlo del todo.

A bote pronto, daba la impresión de ser el lógico reflejo de un rostro distorsionado - mimetizado. El vidrio, sobre el que se plasmaba la figura, actuaba a modo de espejo con derecho a espejismo; y, su difuminada opacidad pretendía eludir, sin suerte alguna, mi eminente crisis catatónica. A medida que mis ojos se abrían como platos, la ansiedad cargada del horror más siniestro negaba toda satisfacción de poder identificar mi rostro a través del indolente cristal - salpicado de una incredulidad desafiante. En verdad, concebir el monstruoso engendro era toda una prueba de fuego - inesperada e inimaginable. El terror se ceñía sobre mi soledad. La representación de un ser aterrador se manifestaba, cada vez con mayor nitidez - desafiando mis pupilas. A medida que ambos nos contemplábamos, gesticulando con movimientos perfectamente sincronizados, sus insensibles rasgos faciales proyectaban una violencia residual sin límites. Ante ésta deformidad sin precedente, abominable e inhumana, caí desplomado - de bruces - al suelo, jadeante, con las manos en la cara y cubierto de un deleznable sudor gélido, el cual no cesaba de recorrer todo mi cuerpo.



A continuación, intentando sobreponerme, presa del súbito impacto, emprendí una angustiosa carrera de obstáculos - tropezando contra todo lo que encontraba de camino al cuarto de baño. No podía dejar de pensar que este hecho, todo él de un surrealismo subido de tono, debía tener algún tipo de explicación objetiva; al igual que, necesitaba imperiosamente extinguir el recuerdo de su penetrante mirada: tan sádica, como familiar.

Acababa de pasar por un verdadero tornado de pasiones húmedas, y precisamente ahora resurgía, como de la nada, todo un absurdo periplo entre la duda y el escepticismo - evidenciados en esos tórridos minutos de martirio. “Esto tiene que ser una broma absurda o una visión ficticia…“- no dejaba de repetirme, mascando el estupor y la angustia, en voz alta.

Una vez frente al espejo del servicio, mis párpados se bloquearon adormecidos de éxtasis semi-orgásmico, al captar el instante en que la atrocidad amorfa, de la que había sido presa y testigo, realmente no era más que una simple enajenación mental transitoria, producto del estrés, del agotamiento laboral, y de la rebosante aglomeración de testosterona –algo que evidentemente podía entorpecer una eficiente comunicación interneuronal. Lo tenía bien claro: me urgía follar; necesitaba “desfogarme.” Descargar toda esa adrenalina, acumulada durante los pasados meses de zozobra trapera corporativa, era lo que realmente necesitaba. Todo esfuerzo deja un daño colateral y ahora era el momento de “la descompresión genital”.



Así que, ni corto ni perezoso, me dispuse a introducir las llaves, de la habitación, con cierto temblor de manos, dentro del bolsillo derecho de mi pantalón negro - aún carcomido por la inseguridad malsana de un presentimiento inhóspito que marcaba mis pasos a redoble de tambor. Recordé, antes de dirigirme a la puerta, todos aquellos restos del pobre e indefenso pollo decapitado y a su acompañante inseparable - la vasija ensangrentada. Supuse que aún se encontrarían debajo de la cama; así que, una vez agachado, descubrí que “los despojos ignominiosos” habían desaparecido como por obra de “birlibirloque.” No quedaba rastro alguno de sangre, ni del cuerpo del pollastre, ni de su “chola”, ni del recipiente. Todo había desaparecido, todo... excepto las cuerdas coloradas, las cuales permanecían inalteradas en el interior del cesto de basura, y la vela negra, la cual no dudé en arrojar a la basura - junto a las amarras. En ese preciso instante, me vino a la mente “la cartita”, escrita con tinta granate: tampoco la había vuelto a ver y no tenia ni idea de donde podría encontrarse. No quería seguir “rayándome” con este asunto; así que, me dispuse a cerrar - con llave - desde afuera, la puerta de la habitación del “fétido parador”.

Era evidente que algo había sucedido; porque, sino “¿cómo algo que parecía tan real, habiendo sucedido hace tan solo unas pocas horas, podía ser un simple espejismo de la mente?“ No lograba evitar dejar de darle vueltas a este galimatías, de proporciones estratosféricas, una y otra vez, una y otra vez...

Una vez en la calle, el vapor de agua levitaba del pavimento, penetrante, envolviendo cada poro de la piel, como si de un papel celofán se tratase - sin tregua alguna. El calor del día cocinaba cada minúscula gota ambiental, y las vomitaba en forma de vaho pegajoso, inundando hasta los bronquios: la respiración se hacía ardua y cansina con cada bocanada de aire inhalada.

Al otro lado de la calle: un letrero de neón, bermejo fluorescente, anunciaba parpadeante el contorno de “La Tasca Pancho”, enmascarando su pared amarillo chillón, y parte de los adoquines ahumados que cubrían la callejuela. El ruido de los gatos “enrollándose” entre sí era prácticamente insoportable, a cada paso consumado con dirección al portón de la entrada. Una vez adentro, la neblina húmeda se disfrazó de nicotina y alquitrán. Los puros y pitillos devoraban el oxígeno sin miramientos, bautizando el ambiente con un inmenso cúmulo decadente y sombrío de anhídrido carbónico. “El antro de perdición” era apto para cualquier fechoría y tenía plena licencia, compulsada por las autoridades del lugar: cualquier tipo de consumición o excitación compulsiva eran bienvenidas.



Acabándose un puro, la señora encargada de la limpieza del “hotelucho de mala muerte” le comentaba a un chico semidesnudo y parcialmente tatuado – a voces, pretendiendo eludir efusivamente el ruido que atiborraba toda la sala:
- Si te digo que una vez fui a comprarla…
- Ah, ¿si? ¿Y eso? (el chico, respondía, siguiendo, con la cabeza, los acordes de la música, al mismo tiempo que engullía una cápsula añil).
- Pues… a ver… si tu ves a tu hijo lleno de babas, arrastrándose por el suelo adolorido y sin poder levantarse, ¿que haces?
- ¡Claro!
- Ya sabíamos que iba a morir: los médicos le habían dado por desahuciado…
- Pobre bato loco… (el chico, propinando un certero escupitajo en toda la chepa de una gigantesca cucaracha albina; la cual, deambulaba casualmente por los alrededores, acompañada de su prole, en busca de un suculento aperitivo que llevarse a la boca).