
“Érase una vez un maestro oriental que vio cómo un escorpión se ahogaba en las orillas de un lago, cerca de su casa. Así que el susodicho maestro decidió sacarlo del agua. Mientras lo pillaba, el escorpión se revolvió e instintivamente le picó. Debido a la reacción al dolor, el maestro lo soltó, y el animal cayó al agua. El maestro intentó sacarlo otra vez, para que no se ahogara; pero el escorpión le volvió a picar.
Alguien que estaba observándolo todo, se acercó al maestro y le dijo: ‘Perdone, maestro, pero ¡es usted terco de cojones! ¿Acaso no entiende que cada vez que intente sacar al dichoso bicho del agua, éste terminará picándole?’
El maestro respondió: ‘Pequeño saltamontes (¡fuuuu, fuuuuuuu, fuuuuuuaaahhhh!), la naturaleza del escorpión es picar, y eso no va a cambiar la mía, que es la de ayudar.’ Al momento, se escucharon unas trompetillas y violincillos celestiales, mientras se abrían las nubes, que sobre ellos se posaban, filtrando un halo de luz que iluminó la coronilla del maestro. Seguidamente, ayudándose de una hoja, el maestro sacó al animal del agua y le salvó la vida.”
Según el autor, la moraleja sería la siguiente: “No cambies tu naturaleza si alguien te hace daño; sólo toma precauciones. Algunos persiguen la felicidad; otros la crean.” A lo que yo añadiría: ¡espabila y guárdate de las “sabandijas urbanas”! Mucho cuidadito con los que practican el “aquí te pillo, aquí te pico”; porque, la lealtad, el respeto y el altruismo no son precisamente sus puntos fuertes. Suelen practicar el “chupopterismo energético”, de medio pelo; y oxigenan su ego: triturando y fagocitando todo lo que esté a su alcance.
Por cierto, al final del cuento, el maestro muere y el escorpión sigue vivito y coleando para seguir picando a cualquier otro ingenuo que intente “salvarle” la vida. ¡Hay que ver lo agradecidos que son estos animales!
¿Qué pasa? ¿Acaso no os advertí, desde el principio, que era una versión “gurputense”? ¡Pues eso…!