
La excitación más intensa
nos atrapa los sentidos;
el corazón y el viento
se fusionan en primera.
La adrenalina,
el riesgo y las vueltas
a la pista se concentran
y exasperan a las arterias.
De pronto, una rapsodia de silencio total nos fulmina
y en ese preciso instante,
inmerso en un universo estelar absoluto,
la antimateria emerge en pensamiento,
el pulso se acelera y despertamos
abrumados con el ruido de un estruendoso catalítico,
al surcar el horizonte de tercera a quinta;
La vida se juega en un santiamén,
en cada curva, en cada aceleración,
en cada adelantamiento…
Cara a cara se nos muestra el futuro más incierto
que no duda en depositarse dentro de un pañuelo
- teñido de un rojo intenso, casi añil,
envuelto en la humareda negra aceitosa
que nos quema poco a poco,
que nos tiñe de betún azabache,
al furor de las chispas
en medio de una ingeniería de sueños veloces,
de trayectorias inhóspitas;
derrapando en una décima,
marcando trazos curvilíneos
en el pavimento,
adelantando al azar,
destilando grandezas
materializándose en la esperanza,
en el momento,
en los impulsos radicales,
forjados con sueños y anhelos.
De tercera a cuarta,
luego a quinta en un segundo:
el sudor mana a raudales,
la sangre torna efervescente, a cada momento;
los kilómetros se hacen metros...
centímetros, milímetros…
Ya no hay posibilidad para rectificar,
- nada de dar marcha atrás;
Cuando el estruendo e impulso del motor nos revela
un futuro resbaloso
deslizándose poco a poco entre los dedos,
tentando y jugueteando con los reflejos…
¡Que sensación...!
¡Que intensidad!
Todo se juega en un volantazo,
en un abrir y cerrar de ojos…
agudizamos a tope la concentración,
¡lo inesperado acecha!
La velocidad exacerbada
seca la garganta,
cuando pisamos el embrague,
el acelerador…
Las revoluciones se disparan,
alterando y provocando a cualquier fuerza de la gravedad;
de repente, las revoluciones nos sacan de este mundo,
transportándonos al infinito
más demencial;
En un momento nos despertamos
como si fuese de un largo sueño,
bajo el ruido desgarrador y despiadado
de la aceleración más absoluta;
¡Cuidado!
Los pistones están al límite de resistencia:
tal ruido, tal petardazo,
¡Que potencia!
¡Que sobresalto!
Los témpanos son fulminados
en una milésima de segundo,
mientras las alas se despliegan
al iniciar otro vuelo
de pensamiento acelerado,
tratando de sintonizar el todo
con el trance,
calculando los riesgos en una diezmilésima de segundo, --en un nanosegundo
dejándonos penetrar por la intensidad del momento,
confiando en la suerte, el destino, sin mirar atrás…
Pisando el asfalto, apostando por la suerte;
mientras, a cada vuelta de volante,
la adrenalina emana y fluye a tope,
los ojos estallan,
las venas engrosan la pasión
y el vuelco de la semi-taquicardia
nos llena un vacío crepuscular,
que nos transforma en Superman,
nos sublima todos los sentidos,
nos completa... nos excita…
nos acerca, cada vez más, al todo
desde la nada,
a ese silencio en movimiento
despertado entre palpitaciones indómitas,
cada vez más intensas:
surcando el abismo al ritmo del tan-tan...
Una mirada más allá de lo desconocido
nos revela que
¡la meta parece estar más cerca!
La incertidumbre nos acerca
una mirada, fría y sudorosa, al cronómetro,
al kilometraje, al velocímetro…
y lo único que se nos ocurre es preguntarnos
una vez más:
¿otra vuelta?